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El dilema ético del aborto

En la Antigua Grecia, un pequeño gran hombre sostenía que el único camino para la búsqueda de la verdad era el diálogo, que practicaba en el contexto ateniense de la democracia participativa. Dos siglos y medio después, la moderna democracia del siglo XXI ha legitimado como instrumento del proceso democrático al “debate”, que el Diccionario de la RAE define como “contienda, lucha, combate”; y luego de un combate, unos ganan y los otros pierden. Ni siquiera hay la posibilidad de un empate, como vimos en la memorable sesión de la 125.

Sin embargo, la Constitución Argentina no menciona el término “debate”; en todo caso, respecto del trámite de las Leyes habla de “discusión”, y en el artículo 22 afirma que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes…”. O sea que lo que se espera de los representantes del pueblo no es que luchen para ver quién gana la pelea, sino que “deliberen”, que significa “considerar atenta y detenidamente el pro y el contra de los motivos de una decisión, antes de adoptarla, y la razón o sinrazón de los votos antes de emitirlos”. Los votos no definen quién tiene la razón, sino solamente quién ganó el combate.

La inesperada decisión del Poder Ejecutivo de proponer el “debate” por el aborto, tuvo en el Congreso la inédita convocatoria a numerosos expositores en favor o en contra de la Ley. Diputados adoptó en principio la lógica del debate, y como dos tribunas de fútbol que no pueden juntarse, unos exponían por la mañana y los otros por la tarde, por lo que no había ninguna posibilidad de diálogo entre las dos posiciones. Aunque luego razonablemente se decidió alternar las exposiciones, no se pudo evitar la confrontación entre los dos “bandos”, a veces intolerantes, tal como ocurrió en la calle el día de la sesión final. En el Senado, las presentaciones fueron alternadas, y a diferencia de los diputados, muchos senadores estuvieron presentes y opinaron.

El principal argumento para la despenalización es que se trata de un problema de salud pública. Sin embargo, igual que ante la inseguridad, se intenta intervenir sobre las consecuencias, y no sobre las causas. La moderna teoría sanitaria indica que los problemas de salud pública solo se pueden solucionar actuando sobre los determinantes de la salud, pero en este “debate” se ha hablado muy poco sobre los determinantes del aborto, en su mayor parte culturales, a fin de intervenir para evitarlos y con ello también las muertes por esta causa.

El aborto es un problema de salud pública, biológico, antropológico, jurídico, social y político, pero sobre todo es un problema ético. La Ética es una parte de la filosofía, que trata de analizar racionalmente lo que está bien y lo que está mal, lo bueno y lo malo, y está por encima de las decisiones políticas y sanitarias, del derecho e incluso de la religión, al menos en el mundo occidental. Puede haber ética sin religión, pero no hay religión sin ética. La Ética representa la filosofía práctica que pretende definir lo que es correcto o incorrecto de la conducta humana, desde el punto de vista moral, que permite legislar para una sociedad altamente secularizada.

El aborto entra en el campo de la Bioética, o sea “la ética de la vida”, que abarca desde la biología hasta el derecho y la salud pública. La Bioética surge a partir de la necesidad de encontrar respuestas racionales a distintos dilemas éticos de la sociedad actual, como el principio y el final de la vida, y la equidad en la atención de la salud, tratando de establecer principios y normas morales de carácter universal. Sus principales principios son la autonomía, la beneficencia, la justicia y la no maleficencia (el “primun non nocere” hipocrático – primero no dañar).

Los dilemas éticos aparecen cuando entran en conflicto dos principios o reglas morales igualmente justificados, aunque sin evidencias concluyentes de cuál es el que debe prevalecer en cualquier circunstancia. Frente a un dilema ético como el aborto, para justificar una Ley es necesario encontrar principios éticos más universales, y sustentar en distintas teorías éticas los argumentos a favor o en contra de un proyecto. Sostener que la despenalización evitaría muchas muertes maternas por abortos clandestinos, se fundamenta en las teorías teleológicas (de tele=fin), para las cuales una acción es buena o mala según sean sus consecuencias, y su principal exponente es Aristóteles (384-322 a/c), que define la moralidad del acto por su finalidad, afirmando que todo acto humano tiene como fin el bien.

Defender la vida desde el momento de la concepción se basa en las teorías deontológicas (el deber ser), que sostienen exactamente lo contrario, o sea que un acto humano es bueno o malo, independientemente de las consecuencias. El teórico principal de esta teoría es Immanuel Kant (1724-1804), con su famoso “imperativo categórico”, que propone “actuar solo de forma que se pueda desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”. La filosofía moral de Kant es universal e incondicional, independiente de cualquier circunstancia personal, social o histórica, y de cualquier ideología o religión. Finalmente, existe la “ética de la virtud”, propuesta por Sócrates y Aristóteles, para quién la mayor virtud para lograr el bien es el “justo medio” entre dos extremos, y la máxima virtud ética es la justicia.

El aborto plantea diversos dilemas éticos, cuestiones controversiales en el terreno científico, social y político: ¿Cuándo comienza la vida y la persona humana? ¿Los derechos de primera generación (individuales), tienen preeminencia sobre los de cuarta generación (de las personas por nacer)? ¿La Ley permitirá a los médicos violar el juramento hipocrático? ¿Favorecerá la discriminación genética y la impunidad ante una violación? ¿El consenso general sobre la despenalización es aceptar la legalización del aborto libre y gratuito? ¿Miles de defunciones fetales intencionales para evitar las muertes por aborto, evitables y no intencionales? ¿Priorizar las muertes maternas por aborto o las muertes de mujeres por enfermedades? ¿La demanda por aborto podría desplazar otras demandas en el sistema de salud? ¿El Congreso debe considerar más prioritaria esta Ley para la salud pública que la ratificación del Convenio Marco para el control del tabaco, que causa 40.000 defunciones anuales y no lo trata desde hace 15 años?

El método de la Ética es la deliberación, cuyo objetivo es la toma de decisiones prudentes. Se delibera dando y escuchando razones, en el convencimiento de que nadie está en posesión de toda la verdad. Las decisiones sociales y políticas deberían tomarse tras un amplio proceso de deliberación, a fin de hacerlas realmente justas, válidas, y legítimas moralmente. Para Kant, las normas que obligan por igual a todos los ciudadanos no deben depender de la opinión de una mayoría, por amplia que sea. En un clásico film norteamericano (“Doce Hombres en pugna”, 1957), un jurado debe decidir sobre la culpabilidad de un joven acusado de matar a su padre, lo que significa su condena a la silla eléctrica si la decisión es unánime. Once hombres votan inmediatamente por la culpabilidad, pero el último emite su voto en disidencia diciendo: “Yo no sé si es culpable o inocente, pero no podemos condenar un joven a la muerte, sin antes deliberar sobre las razones”. El diálogo posterior modifica radicalmente el curso de los acontecimientos.

En conclusión, frente a decisiones políticas que afectan a todos, y especialmente aquellas que implican dilemas éticos, se debe evolucionar hacia una democracia deliberativa, en busca del mayor consenso posible. Los senadores tienen la oportunidad histórica de deliberar para recuperar en el Congreso la filosofía y el método socrático del diálogo, como forma de encontrar la verdad, teniendo en cuenta el “primum non nócere” hipocrático, el imperativo categórico kantiano de preservar siempre la vida humana, y procurar la virtud aristotélica de encontrar el justo medio de la norma para garantizar el mayor de los derechos humanos, el derecho a la vida.

Fuente: Diario On-line www.eldia.com